Parecían cenizas descendiendo del cielo
posándose sobre nuestras pieles
casi doradas, llenas de arcoíris
que se reflejaban al caer la tarde.
Eran fulgores, luminosidades de astros
sucumbiendo en la dermis
abandonándose a la tersura de sedas
fundidas en abrazos que cubrían los sueños
claridades que mostraban por los espacios
de los cuerpos, entre sus cóncavos y convexos
Vahos como neblinas que inundaban el espacio
al fundirse los cuerpos, al brotar sus sudores
cuando el latido se agita y emanan las ansias
bajo el resplandor de los labios y los ojos que se abren
contemplando el deseo, cuando tus párpados se cierran
y se pronuncian las voces, en gemidos guturales
que fecundan el silencio
Tremor del mundo, de tu corazón en mi pecho
donde reposa la noche, ardiendo en su entrega
signos en las sombras de tinieblas que mueren
cuando la sábana blanca nos cubre inocente
aflorando secretos de astillas que arden
y cenizas que nacen, sobre los cuerpos desnudos
Un crepitar de latidos, una tormenta en quebranto
el viento indomable que se filtra por las rendijas del alma
y el pestañeo constante como cándidas olas
para confirmar que estás quieta, asegurando que eres mía
cuando mis brazos se duermen al ceñir tu figura
y mi espíritu me abandona, para que mi anima te implore
Quiero dormir a tu lado,
y esperar la mañana para ser resucitado