Como el anciano que tejió en versos los cielos,
como el pueblo muerto, vivo tan solo para el silencio
cual trozo de pecho con persiste voz del recuerdo
que en sueño abandonado, queda a merced del león.
Con los ojos en los atardeceres bufando la noche,
entre hogueras de lluvia y fiebres que embisten todo,
veo desaparecer el ópalo humano que me recubre,
mientras el viento a mis espaldas va en contra mía
arrancando las máscaras del morfinómano sueño,
me revisto otra vez de la fragilidad de mis palabras,
me vuelvo ligero, como arena o mariposa nocturna
que deambula a la mujer que aun mis torpes manos
no descubren y menos aún tallan su corazón de piedra.
Y sin embargo soy, camino invisible y monumental
entre el fango y las nubes, centellantes y opacas,
a tientas y de puntillas, ignorante del potencial
que pueda brotar del despertar de mi conciencia
duermo sí, pero mi ojo vigila, mis pies raices se mantienen
sísmicamente activos, agitando entrañas y riberas,
todo lo que consume a uno mismo...