Cuando uno no sabe nada de nada
se suele imaginar que tiene mucho que aprender
y se aplica, con total esmero, en leer,
para ser persona bien informada,
pero, a aquel que tiene la mente sobrada
de una vasta sabiduría por doquier,
su saturado ser, le lleva a entrever
que se esfuman los sueños de su almohada
y que quizás no haya enigmas que descifrar,
ni leyes ocultas en el universo
que su futuro le fueran a alumbrar
para mostrarle un camino diverso,
a través del cual debiera transitar,
y es entonces cuando escribe este verso:
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«Esa sodomía, en sentido inverso,
que nos suele acaecer una vez al día,
no vayáis a pensar que es brujería,
ni alucinación de nuestro reverso;
tampoco se trata de un placer perverso
que, desde muy dentro, nos vejaría
al recorrer toda la tripería
para confluir en un recto, muy terso,
si no que, esa intensa sensación de evacuación,
nos estimula aquellos nervios internos
que se están asomando al redondo balcón,
y, finalmente, logra su total consumación
con aquellos roces de papel, tan tiernos,
que nos subliman la más íntima satisfacción».