La soledad recorre por mi espalda gota a gota.
El vapor obstruye mi visión y siento que el aire en mí se escapa.
Mi corazón se agita con el bramar del mar y se despide al ver el atardecer.
La soledad se instala en mi cabeza y observa atentamente qué sucede cuando mi cuerpo parece una coraza de metal de la cual no puedo escapar.
Cuando el dolor se convierte en un amigo asiduo y el sueño perturba mis funciones.
La soledad está allí, en cada esquina.
Al levantarme la veo abrir mi puerta, al comer la veo a mi costado y al descansar la siento en la nuca.
Por qué me persigues tanto, ¡Oh, soledad!
Mis pies no son de hierro, pero parecen serlo cuando caminas a mi lado.
¿Algún día seré digna de tu compañía?