Vislumbras desde oteros y altozanos
horizontes de mares de arboledas,
azul de cielos rasos,
y pardos por espigas que se secan.
La cuna donde surgen los afectos
se envuelve en los meandros del Eresma,
entre bosques de pinos
y campos que paciente amarillean.
Se sacia del perfume del tomillo
cuando el ábrego viento la refresca,
y escucha el insistente crotoreo
de coros de cigüeñas.
Praderas de lavandas y amapolas
visten de primavera
el páramo baldío de su suelo,
matizando su lánguida apariencia.
Allí germina el cierto sentimiento,
allí quedan las huellas
que sellan la firmeza de ese vínculo
que te une para siempre con tu tierra.
La tierra donde abunda la pizarra,
señal de su aspereza,
es origen, el fondo y el sentido,
raíz de mi existencia.