Sus besos tenían sabor de locura,
sus ojos miraban con gracia estelar;
su voz poseía la dulce ternura
que tiene un acorde que pone a soñar.
Tenía el encanto, su hermosa figura,
de un ángel divino que vino a cambiar
mis penas de amores, mi gran amargura,
por soles radiantes con luces sin par.
Miré su sonrisa, tan límpida y pura,
que nunca en la vida llegué a sospechar
que tanta inocencia, que tanta dulzura,
traían veneno que sabe brindar
sublimes caricias, que son tesitura
de trampas fatales, que suelen matar.
Autor: Aníbal Rodríguez.