La primera actividad fue la obediencia.
Solo por el placer de los ojos
dispongo de una bala dócil
en cada línea.
El goce de los rostros
es la íntima dirección de las ausencias,
mientras la mano izquierda de los besos
alimenta el corazón de acuarelas.
Y aunque el latido
no tenga suficiente libertad
para saber de su sacrificio,
ruge y rasga de tanta rosa alicaída
que abarrota con dedos relámpago
las notas errantes del piano.