Es el día. Puedo defender la mentira
atada a los ángeles de Rilke.
Blake desde el abismo acaricia mi mano.
Es de temer, el hombre no quiere
pronunciar ni oír palabra.
En el aparcadero acecha
el vecino, ha cerrado la ventana
mientras navego en los pliegues
del viento de La Mancha
que desintegra faros, espanta
barcos en las aguas grisáceas,
la cabellera de vikingos malolientes,
hacha en mano despedazando el arrecife.
He sobrevivido, es tiempo de remansar
lo que queda en el subterráneo.
Soy la anciana que se apoya en el muro,
he viajado toda la noche en un tren ruidoso,
ahora, sentada en la alcantarilla del parque,
mi cara es de un morado de uva
demasiado surcado por gritos contenidos
entre recortes, papelitos de compras,
tiques de metro usados que escapan
al cráter donde cae Madrid.
En tarde oscura,
nadie me oye
hablar a los ángeles,
tú olvidas
que siempre desciendo en Atocha.
del cuaderno Maldicionario, 1996-2009