Margarita García Alonso

Muerto


Susurré que huías
en papiros que crujían
bajo el golpe de la cadera.


Todo en ti desquicia,
tu olor a Jacinto fluye
hasta el iris que deposito
en el vientre flácido.


¿Quién pone piedrecillas en los ojos?
¿Qué me impide dormir?
El crucigrama de letras,
la acumulación de frases
ensucia con un odio banal
demasiado amoroso.


Tus ojos no conocen
el centeno de la Mancha
atado al viento de tormenta,
ni la bravura
de pelear por los míos,
de pelear por el plato
por familia y casa.


La inaccesible reliquia
que mal disimulo
fluye en la marina
cuando el pez sucumbe
en el anzuelo
creando burbujas que ascienden,
magníficas espirales que emigran
como tú, yo, los conocidos.


He poblado el océano
con un sortilegio de isla,

los jovenzuelos que fuimos
en el vacío submarino.


Hemos muerto en exilio,
bajo el polen infecundo se desliza
el poro abierto, la cicatriz
asemeja la cresta del planeta.


Las estaciones del mundo
muestran seres extenuados,
del viaje se regresa
al nudo de la catástrofe,
donde quedó el anciano
haciendo redondeles de dedos
al pie del abismo.


En el fondo eres un muerto masticado
rigurosamente cubierto de seda.


Entre algas la tristeza crepita
e impone un horizonte ficticio
sin espera de gracia.


Pregunto, ¿debo abandonar bandera,
es tarde para capitular?
debo alinearme
como una nube rosada del anochecer,
es necesario llegar
completamente muerta al final. 

 

Del cuaderno El centeno que corta el aire, Betania, 2013