Poemas Sueltos
Palabras Sueltas
El silencio en el cual caigo ante lo bello, un profundo esperar, el desear escuchar las notas melodiosas más sublimes y lejanas; mis sentidos viven pendientes de las formas de la perfección.
Cuando llega el momento que comprendo la diferencia abismal que existe entre guardar silencio y quedarme callado.
Las letras que hablan y dicen mi verdad. Lo que deseamos decir, lo que nunca nos atrevemos a mencionar, lo que aun no sabemos que podemos aclarar, eso busco en mí. Lo que me despierta, eso que revela mi mapa genético, que afirma mi ignorancia, que aclara lo que debo ser, y que no me atrevo a ver siquiera. Eso que constituye mi alianza con otros humanos y demás especies, eso que establece mi comunión entre mi pensamiento y mi divinidad relativa, eso que despierta en mí, el uso del pensar.
Cuando llega el momento que comprendo que la ignorancia es una dádiva divina, que al mismo tiempo, es una condición a desarrollar, y que todo lo divino no debe ser causa de vergüenza. Solamente así, de esa manera tan sutil, podré visualizar desde mi balsa de náufrago, mientras bogo en el mar de la soledad, de la inconveniencia, de los elementos extraños a mi naturaleza, solamente así podré ver y arribar a la costa ofrecida, candorosa tierra prometida, tierra de ensueño, el edén mencionado, el lugar que crea la única verdad relativamente absoluta, el único lugar que sentencia que vivir es sinónimo de felicidad: mi pensamiento.
Agradecer no es lo mío,
estoy de acuerdo,
pero preferí esto, a tomar la próxima nube
que me aleje de mis sueños,
o resignarme a escuchar un tenue violín
de lánguido mecido entristecido.
Agradecer no es lo mío,
lo acepto,
quién a cambio de una vida se traga sus palabras hipócritas
y enfurecidas, para complacer al viento impulsivo,
viento enamorado de mis ideales, de mis luchas y tonterías.
Agradecer no es lo mío,
de acuerdo,
me obligas a ser consecuente con tu andar solemne,
andar angosto, decoroso, insufrible, inalcanzable,
pasos que conducen hasta la gloria ya agrietada,
—porque tiene una envoltura indisoluble—
traspasada con una espada invulnerable,
de roca y piedra blanda y perdura.
Agradecer no es lo mío,
sí, lo sé, lo sé,
lo grito con ahínco entristecido,
sumiso, leve, invisible,
rehúyo cobarde, cobarde rehúyo,
trato de escapar ante tu intento,
para que yo doble mi rodilla y bese el suelo,
suelo de la humildad, la ignominia, y la valentía.
Agradecer no es lo mío,
me doy por vencido,
tu amor me arrastra, me retuerce y me descarna,
me dobla el brazo hasta parir de mi boca, sangre de vergüenza,
parir la palabra más sensata del sentimiento más esforzado e invulnerable.
—Me arrastra, me retuerce y me descarna—
Agradecerte a ti es vivir de nuevo,
es conquistar la quimera inconquistable,
es vivir por vivir,
vivir grato por ser,
vivir, eternamente agradecido.
Bajo la fuerte tormenta que cae,
voy a besar tu cuerpo de sangre.
Palmo a palmo mediré tu garganta
la cual recorreré resabiado,
sin olvidar aquellos instantes que pasaron.
Voy a caminar por tu cuerpo de sangre,
por cada uno de los segundos de tu piel nueva,
andrajo que blasfema por tiestos de oro y plata
y que solloza por descubrir senderos nuevos para andarlos.
Voy a entrar en tu alma de sangre
como un zapador empedernido,
y una vez adentro y victorioso,
colocaré alguna mina claymore de odio y desprecio
para reventar tus cadenas y grilletes mohosos,
que han prensado tu corazón ingenuo y vacío.
Voy a besar tus ojos de sangre,
y dejaré grabada en la llave de tus vibrantes pupilas,
una imagen borrosa,
fría,
espantosa,
horrible,
dolorosa,
grotesca,
cruel,
despiadada,
para que puedas ver lo que yo veo,
para que puedas herir como yo hiero,
para que puedas morir, como yo muero.
Me pasé el día entero queriendo escribir
un poema para ti,
glorificar tu bravo silencio y tus encantos,
recoger tus dulces palabras revestidas de sexualidad,
o el diluvio de tu amor que hace brotar mis hojas caídas.
Me pasé el día entero queriendo escribir
un poema para ti,
pero no plasmé nada más que un reclamo de amor,
a tu soberbio sigilo,
a tu esparcir pétalos por doquier
que se vuelven gotas de fuego
para prender la hoguera de mil entumecidos.
Quién con un fusil en la mano se dispara un tiro,
un tiro rotundo a la indiferencia,
indiferencia maldita la que encuentra perspicaz.
Me pasé el día entero queriendo escribir
un poema de amor,
pero sólo logré conquistar
las últimas palabras del fusilado,
que aunque ya condenado sabe
que todo tiempo llega a su final,
y con él,
el dolor que le produce
su corazón ensangrentado,
mucho antes de firmar su pacto irreconciliable,
irreconciliable encuentro con su muerte.
He visto en el firmamento florecer la nube
que nos trasladará hasta el infinito.
Tiemblas de miedo,
y yo también.
Tu silencio me lo dice todo.
Vamos juntos de viaje,
por vez primera
vamos juntos de viaje,
siempre imaginamos hacerlo.
¿Recuerdas?
Te acuerdas que decíamos viajar al extranjero,
remontar montañas bonitas
navegar ríos pintorescos,
bajarnos de los celajes colgados de
majestuosos volcanes,
¿te recuerdas?
También soñábamos visitar ciudades modernas
con grandes avenidas atestadas de carros y edificios
y conocer gente de color extraño,
que al caminar, simulan un robot,
sin una sonrisa, sin un saludo.
Nos escaparíamos sin que los chicos lo supieran,
pero no,
—a ellos nunca los dejaríamos solos—
en este viaje no, en este viaje no.
Pero ellos ahora, ya se han adelantado,
cada quién hizo su propio viaje
y ya no se encuentran aquí .
Ahora, somos nosotros
los que viajamos,
y lo hacemos juntos como lo soñamos,
no a grandes ciudades ni gigantescos volcanes,
de calles llenas de gente de color extraño,
como lo imaginamos,
lo haremos a la región de los dioses,
nada mejor que al lugar donde descansan las glorias y los lamentos,
donde se entregan los espíritus a rebozar de placer.
Llegó la hora
¿estás dispuesta?, ¿estoy dispuesto?
Qué nuestras bocas suculentas y grandiosas
se abran al boleto
que trazará la huella para escribir nuestro destino.
Llegó el tiempo,
dame tu mano y vivamos
este momento,
que he visto en el firmamento florecer la nube,
que nos trasladará hasta el infinito.
No, no eras tú,
la certeza me asiste,
era el tiempo que agonizaba...
Expiraba tendido,
sobre las riberas de la infamia,
después de dar tumbos y tumbos
de luz y granate,
relumbraba al estilo de aquel suculento esbirro en fuga.
¿Recuerdas quién...? ¿Lo recuerdas...?
Rodaba y rodaba por el ceremonial rostro de la invencible montaña.
No, tampoco era yo;
¡te equivocas!
era el tiempo quien sucumbía,
de hinojos ante el sol
con las manos agrietadas y temblorosas,
se desgarraba a tirones el pecho
para arrancar su corazón estrangulado de congoja,
¿te acuerdas cómo enmudecía al verte explayar las alas nuevas
que lograste en España?,
ocurría mientras alzabas el aliento en revoloteo pleno, rumbo al infinito.
No, mi amor, no eras tú,
¡ni yo!
¡te equivocas!,
era el tiempo que llegaba a su fin.
Nos concedía una lágrima y media,
al escuchar lo inútil de nuestros gritos lúgubres y tenebrosos,
al despeñarnos por el recóndito abismo de la desventura.
De nada le sirvieron tus alas nuevas,
ni rodar como esbirro por el ceremonial rostro de la invencible montaña.
No, mi amor...
no fuimos nosotros,
fue el tiempo que murió.
Necesito con apremio
desterrar mi dolor
aquella particular y creciente sensación de bienestar
que anidaba en mí
deseo qué vuelva,
qué permanezca
esplendorosa para siempre
¿Y ellos?, los asesinos,
los secuestradores,
los torturadores,
los putrefactos,
los que nunca nacieron,
los vende patrias,
los cobardes,
los desgraciados,
los hombres de negro,
los escuadrones de la muerte,
los come gente
los que traicionaron al pueblo
los que deseaban ser presidente
los que pedían elecciones
los que entregaron al guerrillero
los que asesinaron al poeta
los que se acobardaron en la toma de calle
los primorosos imbéciles…
¡Qué no mueran todavía!
qué carguen sobre sus espaldas laceradas
la cruz de la vergüenza
mientras caminan desnudos
ellos y toda su parentela
en medio de una larga fila de humanos
¡y que les otorguemos
sendas patadas en el culo!
durante mil años sin interrumpir.
Luego, cuando mueran
—porque un día tendrán que morir—
que sus huesitos sirvan
para construir los cimientos
de los blancos retretes del pueblo
Pulcros y arquitectónicos
dignos y gloriosos
durante mil años sin interrumpir.
Perder una amiga en la Argentina
es procurarse un tiro en la cabeza;
con guante de seda hecho en Inglaterra
y viviendo en el Buenos Aires de antaño.
Al perder una amiga en la Argentina,
el corazón inconsolable,
—sin comprender que es lo que acontece—
permanece paralizado cual animal embrutecido;
cuando le aplican algún somnífero,
para sacarlo del área infectada con algún virus letal…
Pero bien,
la resultante que da,
de perder una amiga en la Argentina es,
que caminas por ahí figurando un zombi, das algunos pasos idiotas,
y pronto te das cuenta que no es ese el lugar donde deseabas llegar,
y te regresas,
—claro está que no es el camino el que importa—,
sino la sensación de inexistencia que te invade.
Perder una amiga en la Argentina,
es el equivalente anímico al comparar:
lo que siente un chico al desprenderse de la mano de su madre,
al caminar por la “villa 31”, y extraviarse…
Y que con el pasar del tiempo,
—la sigue buscando entrañablemente—,
como un loco,
como un idiota,
como un simple bufón.
Perder una amiga en la Argentina,
significa dar la bienvenida a la soledad,
—la fuerza invasora se apodera de ti—,
te da un beso en la mejilla derecha,
para luego alejarse un tanto…
Y al dar unos cuantos pasos,
se voltea y acompaña tu flamígero tiro de gracia.
Quiero vivir en ti, tres días,
tres días nada más.
El primer día
que sea para salvar la noche
y dejar en ti mi rastro genético,
como lo deja la célula en las nuevas generaciones.
El tiempo graba en mármol su poesía.
En el día segundo,
tras descansar,
saldré al campo.
Como un niño viajaré, en un apasionante carrusel
sin fin
luego volveré a tu remanso.
Y en el tercer día,
invocaré a la reina de todas las necesidades: la muerte,
es un principio del cual debo aprender,
una cita con el destino: resucitar.
Como si hubiese vivido cien años,
sin faltar a la verdad.
Lava que no quema,
agua del cielo que no cala.
Mi litera no percibe
mi nicho no siente cañales en flor
de montañas invencibles
con parajes bestiales de sinuosa luminosidad.
Ente pálido
enfermera del delirio que transitas a mi lado
arrancas al silencio un lamento.
Ni las tumbas vecinas
ni las camas de enfermos lo escuchan
El tiempo pasa fugaz sin malicia, sin interés
sin un saludo
sin un adiós
sí, pasó el tiempo.
Miró las camas de enfermos y las tumbas vecinas.
Hoy despido al tiempo que se ha marchado
y pasó por mí.
Cómo deseo figurar en tu poema,
como figuran los sueños
al amanecer;
como brota la flor
y nace el niño,
como germinan tus quimeras.
Como deseo estar allí, donde naces tú.
Para tenerte entre mis brazos...
Y llenarte de toques dulces de mis besos.
Como deseo estar allí,
donde naces tú y tu poesía.
Anoche te soñé tan cerca de mí,
como si fuésemos uno solo,
te soñé, interesada en vivir,
te soñé interesada en ser;
interesada en dejar que nuestro tiempo sea el instante mismo…
Fue hermoso,
te soñé, casi mía,
como que si fuésemos uno solo,
como que si juntos
nos enfrentásemos a la mayor de las grandezas que la vida pueda darnos:
hacer de la poesía un mito,
y por religión nuestro amor.
Entre la esperanza y el desaliento,
entre la humildad y la soberbia,
entre la fe y la duda.
En el centro,
donde convergen todas,
todas las cosas…
Es allí donde estás tú.
Entre la voluntad y el desgano,
entre la abulia y la gana,
entre el deseo y el desinterés.
En el centro donde convergen todas,
todas las cosas…
Es allí donde estás tú.
En el centro
donde convergen todas,
todas las cosas.
Fumo, tomo café y no duermo.
Espero por ella.
¿De qué me sirve si no la veré?
La flor se marchita. Pero no la esperanza.
En la Avenida todas las putas. Y yo junto a ellas.
¿Quién soy yo?
Las calles duras de andar ablandan la suela de mis zapatos.
En el estadio Cuscatlán gritan, ¡Gol!
En el Coliseo Romano, ¡un turista!
Una fotografía, todo es igual.
En la Avenida, en el estadio Cuscatlán y en el Coliseo Romano
la flor se marchita
pero no la esperanza.
¿Y qué fue de aquél lenguaje poético con el qué nos endulzabas el alma, poema?
¿Lo guardas en ese saco roto que llevas al hombro?
Te has llenado el espíritu de lamentos y lloriqueos estúpidos
que no interesan a nadie,
a nadie.
Pobre poema te has vuelto,
todavía deseas que los gobiernos y políticos
llenen tus versos
y que las leyes complementen tu sinalefa mal lograda.
¿Y aún así deseas que la gente crea en tu poética falsa y corriente?
¿Dónde se encuentra tu belleza y encanto, poema?
Tu gracia y pasión dejaron de ser tu causa, poema,
el otrora sublime chasquido de tus letras encendidas quedó atrás
diría, olvidado,
en el lugar que el infierno coloca sus lumbres
donde el mismo fuego apaga sus incendios,
donde la ira es la causa de la risa.
¿Pero de qué te quejas tanto, poema?
si la vida lo da todo,
agraciados vertientes de agua fresca
que llevarán tu propia sangre hasta el mar,
para jugar con sus olas y festejar
tirados en la arena escribiendo poemas bajo el sol del verano.
Que los niños retocen sobre altas parvas de tierra negra y fértil,
que respiren bocanadas de aire atrevido y diáfano,
¿qué más quieres, poema?
si lo tienes todo…
Ven sigamos en la fila y esperemos
que nuestro turno llega, poema,
esperemos…
Que nuestro turno llega, poema,
esperemos, en silencio.
—¿Sabes cómo te imagino...?
Caminando por la playa, descalza,
con una falda que menea el viento,
y tus sandalias en la mano…
Tu mirada aguda,
puesta en el horizonte,
¿qué miras, qué buscas?
—Dejar que el silencio te nombre.
Si tu idea es que sienta,
lo que sientes,
y que piense,
lo que piensas,
¡lo has conseguido!
Una vez más,
con el corazón preñado
de gratitud,
mis lágrimas te doy.
La necesidad natural de los seres
de evolucionar,
sean estos vivos o no;
nos da la certeza,
que en cada instante,
que en cada momento,
se encuentran forjados,
bajo la huella de su propio génesis.
Porque son el resultado de la unión de dos o más factores para engendrar algo.
Con tu poesía,
le has dado vida, a la vida
y hasta la misma muerte.
Qué desperdicio habían hecho de mí,
qué desperdicio permití hicieran de mí,
qué desperdicio el que hice de mí.
Hoy que he recobrado la conciencia de mi inteligencia
veo todo muy claro,
se acabaron los engaños y las falsas promesas,
llegó el día que tú, falso dios,
serías desenmascarado,
porque no eres un dios,
porque eres un dios mentiroso,
porque eres simulado,
porque no redimes tu alma como yo lo hago con la mía
porque dices verdades a medias.
Llegó el instante esperado,
que tú huyes de mí,
se acabó la mentira, se acabó el engaño
el negocio de algunos, la mercancía de todos
han comercializado tu palabra, tu nombre y tu imagen
has robado la verdad a la pobre gente,
gente que no piensa, gente inocua, pobre gente al fin,
se quedaron sin alma por socorrer tu mote
tendieron sobre tu imagen sus propias vidas
reconoce que has arruinado al mundo y lo tienes
al borde del despeñadero...
a punto de lanzarlo al vacío,
has jugado con la dignidad de los niños, de las mujeres que te han demostrado devoción,
sin recibir nada a cambio,
has sido descubierto, falso dios
te he quitado la mascara
y no volveré a sufrir engaño
serás devuelto a tu lugar,
no sé de dónde vienes ni me interesa,
pero acá conmigo, nunca,
nunca serás más...
¡Mentiroso...!
Te percibo tranquila,
te presiento en paz,
serena,
en armonía
en el punto exacto del universo
para ser concebida por los que te necesitamos,
en este caso, yo.
Eres como la estrella que avisto en las madrugadas,
que llega en silencio,
sin interesarle la mirada,
no necesita de mí.
Su brillo me cautiva
parece que lleva un farol encendido;
resplandece como pocas,
la admiro de años
quizás desde niño,
quizás desde que percibo el amanecer,
porque de niño
salía al balcón a contemplar el alba
y allí se encontraba…
Recuerdo la aurora
las visitas al campo,
era estupendo ver la metamorfosis del ambiente,
de la oscuridad de la noche a la claridad del día,
todo en un instante
¿y ella?
permanecía en silencio, detenida
brillaba con fuerza en la penumbra…
Amanecía
y el horizonte me atrapaba,
a cambio de sentirme bien porque la luz del nuevo día llegaba,
entristecía por el destino de mi lucero,
no hubiese deseado que sucediera,
me seducía más que la luz misma
y parecía sentir lo mismo,
quedaba en el vacío,
quieto agonizaba ante la llegada de la luz,
se apagaba poco a poco,
poco a poco,
y yo entristecía…
Al abandonar mi niñez conocí la verdad,
la estrella no desaparece con la llegada del nuevo día
y siempre está ahí.
Te percibo tranquila,
te presiento en paz,
serena,
en armonía contigo
en el punto exacto del universo
para ser concebida por los que te necesitamos,
en este caso, yo.
Anoche te soñé tan cerca de mí,
como si fuésemos uno solo,
te soñé interesada en vivir,
te soñé interesada en ser;
interesada en dejar que nuestro tiempo fuese el instante mismo…
Fue algo hermoso,
te soñé, casi mía,
como si fuésemos uno,
como si juntos
nos enfrentásemos a la mayor de las grandezas que la vida pudiera darnos:
hacer de la poesía un mito,
y por religión nuestro amor.