La guerra conmigo mismo
es la más fiera y feroz
pues cada herida que infrinjo
también la padezco yo,
tengo miedo de mí sombra,
el espejo es mi terror
-la mazmorra donde cumplo
mi condena y reclusión-
donde el juez dicta sentencia,
donde el verdugo y su grey
afilan hachas y espadas
e imponen su fe y su ley.
Pero he de acabar la guerra,
he de poder negociar
un tratado, un armisticio,
un concordato de paz
en que mi ego y tu ego
convivan con lealtad,
en que seamos hermanos
en cuerpo, alma y verdad,
en que tu mano y mi mano
se estrechen con lealtad,
en que cantemos a dúo
y escribamos a la par
poemas, versos y trovas
en pos de la libertad.