Hoy sería centenario
mi padre, descanse en paz,
si un problema coronario,
una grave enfermedad,
que, pese a haberse cuidado,
no pudo al fin superar,
no hubiera un día segado
su vida, a temprana edad.
De saga de ferroviarios,
tercera generación,
atravesaba a diario
el barrio de la estación
y Txunkai, lindo paraje,
camino de su trabajo
de maniobras de ensamblaje,
vía arriba, vía abajo,
de trenes de mercancías,
por el patio de maniobra,
un haz extenso de vías,
con su máquina tractora.
Una pila de escalones
al final, llegando al tajo,
cargaba los corazones
con un extra de trabajo.
Por el mismo recorrido,
todo asfalto, de buen firme,
me acuerdo yo de haber ido
con una cesta de mimbre,
a llevarle la comida,
templada aún, que mi madre preparaba en la cocina,
con amor, para mi padre.
Recuerdo que era impactante
estar de pie en la cabina
de su máquina humeante
cuando, a veces, me subía.
Una angina invalidante,
de estenosis coronaria,
puso fin a su rodante
trayectoria ferroviaria,
frisando en la cincuentena.
Por su empeño posterior
en cuidarse, fue estupenda
la década que aún vivió.
Mi padre, aunque partidario
del dictador oprobioso,
con un tacto extraordinario,
fue en casa respetuoso:
De política, ni pio
tampoco de religión,
y a nuestro libre albedrío
dejó nuestra formación
política y religiosa,
pero prestaba atención
a ver cuánto de exitosa
era nuestra educación
en escuelas y colegios
y su orgullo era notorio,
mostrando un real aprecio,
ante un logro meritorio,
por ejemplo, si ganaba
yo en mi clase algún diploma,
a veces él me llevaba
al cine, a Sanse o Pamplona.
Y en otros campos, lo mismo:
de sus hijos fue forofo,
de mi hermano que, en ciclismo,
brillaba; yo era más flojo.
Cuando del pueblo salí
a estudiar una carrera,
no presentía que allí
ya no iba a volver, apenas.
y fue de gran relevancia
la pérdida de contacto
que imponía la distancia,
que tuvo indudable impacto
y, en el caso de mi padre,
cuando en mi cobró importancia
la ideología, más grande
se me hizo nuestra distancia,
pese al cariño existente.
Veo ahora, con el tiempo,
que actué indebidamente,
error que, bien lo lamento,
no arreglé cuando podía.
El mal que nos separaba,
más que cuanto nos unía,
parece ser que importaba.
Cuando hubo cumplido el plazo, murió, de un infarto, un día,
sin poder darle un abrazo,
ni decirle que sentía
perderlo y que debería
haber sido más amable
con él y que lo quería
por haber sido un buen padre.
Casi cuarenta años hace
que mi ex-ferroviario padre emprendió su último viaje,
sin vuelta, a ninguna parte.
Un siglo habría hoy cumplido
de haber postergado el viaje;
este poema ha surgido
del recuerdo, en su homenaje.
© Xabier Abando 27/02/2022