Yamila Valenzuela

Antulio (cuento, segunda parte)

 

 

 

Siempre detrás de él, miraba a todos lados sin casi respirar; el titilar de las velas le producían una extraña sensación. ¿Era paz? O quizás un miedo calmo. Un cosquilleo en su estómago y su corazón acelerado, le indicaban algo, conocía su cuerpo y sabía que cuando esto pasaba era por alguna razón; se olvidó de las sensaciones en su cuerpo y lo siguió hasta unas escaleras que los llevarían a un segundo piso; extrañada otra vez, ve que los movimientos de él al subir las escaleras no eran iguales a los de ella, esta vez lo atribuyó a los espacios de oscuridad donde no llegaba la luz de las velas. La guío hasta  una puerta que daba a una habitación muy grande. Una cama en el centro medianamente grande, un inmenso velo negro que colgaba desde el techo la cubría y un cobertor rojo y gris reposaba sobre ella, con muchos almohadones que casi la llenaban y a ambos lados de la cama, mesas de noche con flores negras.

Extraño, flores negras, se dijo en su interior.

-Aquí puede descansar señorita.

Invitándola a pasar.

Fue una noche tranquila, a pesar de la fuerte lluvia acompañada por truenos y relámpagos; logró conciliar el sueño rápidamente por el cansancio.

El sol la despertó con sus rayos sobre su rostro; había olvidado cerrar la cortina antes de acostarse, cosa que agradeció; debía continuar su camino lo más temprano posible. Bajó las escaleras esperando encontrar a quien le ayudó la noche anterior, no había nadie y ese mismo silencio profundo de la noche anterior lograba taladrar sus oídos e incomodarla. Dio vueltas por todo el castillo esperando encontrarlo, pero fue en vano. Regreso al punto donde había iniciado su búsqueda y vio un inmenso sofá frente a una chimenea que estaba encendida. ¿Por qué no lo había visto antes? Se preguntó; quizás por la prisa de encontrar a quien le ayud, fue la respuesta que se dio. Se sentó en el sofá y en poco tiempo se quedó dormida.

-Señorita, despierte, señorita, despierte.

Le decía él con mucha suavidad muy cerca de su oído mientras intentaba sentir su olor y miraba su cuello terso pudiendo ver palpitar su yugular al correr la sangre. Era el momento, su oportunidad de probar la sangre humana.

Pero ese rostro, tan hermoso, su forma tan calma de respirar, sus manos que reposaban sobre su pecho de dedos largos y bien cuidadas y esos labios. ¿Cómo sería besar? Pero tenía sed, la noche anterior no había podido cazar; estaba sediento y ahí se podía saciar. Abrió la boca dispuesto a hincar cuatro colmillos que se ocultaban mientras no bebía, pero que al abrir la boca, se erguían y crecían.

-Oh! Lo siento, me quedé dormida esperándolo.

Despertó de improviso, cuando él se disponía a beber de aquel cuello que lo seducía.

-Lo sé, tuve que salir muy temprano y no pude regresar hasta ahora. ¿Comió algo?

Alejándose unos centímetros de ella y mirando sus labios como se movían mientras hablaba, los veía en cámara lenta, tratando de no perder un solo detalle; imaginando un beso, tibio, acariciador y profundo.

-No, al despertar fui a buscarlo y como no lo encontré me senté a esperarlo y ya ve lo que pasó. Dormí todo el día

Lo dice muy avergonzada.

-Vamos, sígame.

Invitándola con un gesto de su mano.

La lleva hasta una amplia cocina en donde ella podía ver de todo; desde frutas hasta carnes de todo tipo.

-Aliméntese, por favor. Por mí no se preocupe, estoy satisfecho.

Sin dejar de mirar disimuladamente su cuello; alcanzando a escuchar el sonido de la sangre haciendo su recorrido hasta llegar al corazón, que palpitando con gran fuerza hacía hermosa música invitándolo a beber.

Ella sin mediar palabra, se acerca a un gran mesón donde había muchas frutas, toma una manzana la lleva a su boca dándole un mordisco y cerrando sus ojos mientras mastica para disfrutar el dulzor que era único, mientras sentía como los pequeños trozos se deslizaban por su garganta hasta llegar a el estómago, apaciguando el hambre atroz que sentía. Es la manzana más exquisita que se ha podido comer. Él, observa su rostro detallando cada gesto de placer que se dibuja en la faz de esa hermosa mujer, pero ese cuello. ¡Demonios! Ese cuello, lo enloquece; sigue escuchando el sonido de como fluye la sangre tibia, fresca, dulce; como un río correntoso que pide a gritos llegar al mar; así su cuerpo y su paladar piden de ese cuello succionar esa sangre que corre a mil en el cuerpo de esa linda mujer.

-Solo esperaré a que se duerma.

Pensó.

-Ya hoy no pude partir, mañana temprano lo haré, espero poder despedirme de usted.

Mientras seguía masticando un trozo de la manzana.

-Aquí voy a estar, la acompañaré hasta la mitad del camino, su destino final no está muy lejos.

Sabía porque lo decía; esa noche de su cuello bebería y se daría cuenta que ya había llegado a su destino, Sería su alimento por unos tres días y su compañera eternamente.

 

Ella dormía plácidamente, con la confianza de quien se siente seguro y protegido. Él, entra sigiloso, levita y no respira; se acerca lentamente a ella sin dejar de mirar su rostro. Es hermosa, quiere besarla, y en ese momento algo se mueve en su pecho, algo más fuerte que la noche anterior; latidos, acompañados de tibieza. Lo que hace que por un momento se olvide de alimentarse; lleva su mano al lado izquierdo del pecho intentando sentir en su fría mano los movimientos del corazón, pero no logra sentir nada. Respira suave, casi que inaudible, retomando su plan. Sostiene la respiración, y la sed llega nuevamente, se acerca lento, muy lento al cuello de ella; abre la boca lo más que puede y salen los cuatro colmillos, que unos rayos de luna que se cuelan por la ventana... Continua.

 

Yamila.