Campos nevados
despiertan con la aurora
tras noche y sombras.
Vino de pronto,
la nieve de los cielos,
sin avisar.
Y hasta la luna
lloró, desconsolada,
sobre las nubes.
Ella, en su jaula,
de alambres, invisible,
nos saludó.
Cerré los ojos.
surgió de mi un suspiro
y la abracé.
Vino la brisa
y ella secó las lágrimas
de mis mejillas.
El manto blanco,
echado está en el suelo
y le da vida.
La luna llora,
no tiene su vestido
de luz y nieve.
Pero los hombres,
ajenos a este llanto,
viven al día.
Rafael Sánchez Ortega ©
20/02/22