A una poesía afable, tranquila,
sencilla, sin porvenir, sin remedio,
perfectamente estéril, como un campo
de dinosaurios enmohecido. Sí. A eso
aspiro yo. A una poesía que no se ocupe
de ningún tema, de ninguna materia,
de ninguna duda, y que quiebre en cambio,
todos los inoportunos senderos del desequilibrio.
Un arroyo de agua de vectores inquebrantables,
una señorita de uñas dulces que no pronuncie
nunca tu nombre, hombre, una poesía ciertamente
obtusa e idiota. Una poesía que no se entrometa,
en fin. Donde no florezcan, incisiones puras
en las mejillas ni en los párpados, y que inaugure
una nueva etapa en la historia. Antes, de pena me
iba muriendo; déjenme tener pues,
la última risotada-.©