Ojos de niños,
azules y castaños,
cautivadores.
Labios de nácar,
sonrisas infantiles
que tanto dicen.
Manos de seda
que buscan en el aire
mil mariposas.
Niños, en suma,
que son el fiel preludio
de nuestras vidas.
Quiero a esos niños
y exijo se respeten
y se defiendan.
Porque los niños,
nos dejan su inocencia.
Algo sin precio.
A los que nublan
los ojos de los niños,
¡mi maldición!
A los que asustan
con miedos a ests labios
¡mi maldición!
A los que rompen
la magia de los niños:
¡mi maldición!
Rafael Sánchez Ortega ©
26/02/22