Cantaba en aquel jardín
con la dulce candidez
que tiene la exquisitez
del jilguero parlanchín.
Su estampa de querubín
con sedosa y blanca tez
vestía la esplendidez
del pétalo de jazmín.
Era tan tierna y sensual
que con alma apasionada
yo le di mi corazón.
Su sonrisa angelical
y su divina mirada
serían mi perdición.
Autor: Aníbal Rodríguez.