No sin ser deformada
puede la realidad exhibir
sus enigmas.
—José Manuel Caballero Bonald.
Ágata ojos de gato—
La realidad es materia.
Una realidad así, con sus cuatro
dimensiones —no sé porque he dicho cuatro—
no cabe entre las cuatro paredes
de una caja, cuatro llaves,
cuatro destinos cuyos designios
no entran ni con calzador por entre
las leyes de Vitrubio —tiene que ser
de otra manera.
Una realidad así —que sea mapa para territorio,
número para cantidad, dibujo para cuerpo,
concepto para sentimiento—, una realidad
así, decía, no puede sostenerse.
Ayer pensaba en ello. Por entre el espacio
que media entre el rosario de pasos
que entraña cualquiera de mis paseos
pensé en ello, sí, y no llegué a ninguna
conclusión concluyente.
Puedo partir de que el juez de la evolución
humana haya trazado la idoneidad de un cerebro
que maquina con los hilos de la semiótica,
lo entiendo, pero lo que no acabo de entender
es la necesidad de reducir la inmensidad de un sentir
en el espacio vacío de un concepto, incluso de un poema.
Sé que te debes servir de la palabra
para llegar a concebir aquello que te expreso,
lo sé y lo entiendo—¿pero hasta el punto de reducir
lo inescrutable de la realidad a la síntesis del lenguaje?
No puede ser. La realidad es irreductible al lenguaje
—¡tantas veces he escuchado eso últimamente,
de manos de mi amigo Jesús Maestro!—
También le diría a mi amigo Jesús
que tengo un órgano inefable
acurrucado entre el fragor neurasténico
de mis sinapsis que se llama imaginación,
y que me permite tontear como ahora tonteo.
Me he perdido —¿A qué venía todo esto?
Bueno, ya he desbarrado bastante.
Feliz domingo hermanos.