Absorví de su cuerpo divino
los extractos que nublan la mente;
y pasión desbordó de repente
con un río de fuego opalino.
Con el brillo sensual venusino
adoré su celeste mirada,
que de luz se veía esmaltada
despertando de amor torbellino,
que dejaba mi vida enjaulada.
Se mezclaba en su regia estructura
de Ticiano su magia pictórica
con la gracia soberbia y fosfórica
de Cellini genial escultura.
De su piel de pulida tersura
emanaba exquisita fragancia
que inundaba su cálida estancia
de placer, de ilusión y locura,
que ofrecía su dulce elegancia.
Contemplando su faz deslumbrante
me atría su mórbido hechizo
y en su frente radiante aquel rizo
encendía mis venas de amante.
Disfrute su caricia enervante
empapado de tierna alegría,
pues con rostro sereno esparcía
lo especial de divina bacante
que Darío pintó en poesía.
En su boca de miel tentadora
de su labio el carmín me embriagaba,
y la luz del quinqué iluminaba
nuestro idilio con luz soñadora.
Con lujuria febril cegadora
me ofreció de su ser la delicia;
y gocé de su ardor la primicia
con cadena sutil seductora,
al beber del licor que desquicia.
Autor: Aníbal Rodríguez.