Estaba un sapo en el charco
mirando una mariposa
que volaba, cautelosa,
sobre aquel estanque parco.
Eran horas muy tempranas
con la brisa y su frescura
sobre estanque de agua impura
con el canto de unas ranas.
Y la mariposa hermosa
con sus alas coloridas
se lucían extendidas
de manera muy pomposa.
Y aquel sapo, fijamente,
no apartaba su mirada
cada vez que ella volaba,
la miraba complaciente.
Se acercó muy circunspecto
aquel sapo lisonjero
escribiendo en un letrero:
«¡Usted tiene lindo aspecto!»
Y siguió aquel coqueteo
muy cargado de lisonja:
«¡Se parece a bella monja,
que en su cuerpo nada es feo!».
Y se fue ruborizando
la preciosa mariposa
con lisonja que “amorosa”,
el batracio iba endulzando.
Y… muy cercana, una rana,
escuchaba pormenores
con sus celos caladores
mirando aquella fulana.
Y la rana enardecida
mucho lodo le tiraba,
aquel celo no aguantaba
y la puso embravecida.
Y…
La que el sapo enamoraba
no sabía de intenciones,
le importaban emociones
de quien mucho la adulaba.
Pero aquel sereno sapo
continuaba su odisea
pensando… «Si no aletea,
al descuido yo la atrapo».
Y llegando aquel momento
la polilla se confió
aquel sapo la tragó
como almuerzo suculento.
Hoy las enseñanzas quedan
de la historia relatada:
«Que si el alma está adulada,
fácilmente la depredan».
Y cuando el alma no adulan
afloran los malestares,
viviendo con avatares…
«¡Qué en todos lados pululan!»
Lo primo, a la mariposa;
lo segundo, a la ranita,
que al sentir pesada cuita,
se sintió muy poca cosa.
«No te dejes seducir,
con palabras rimbombantes;
y aunque brillen cual diamantes,
haz tu estima relucir».
«Segura gira la tierra
y a su propio eje se aferra».