Mi cuerpo fue vertical noche nocturna
titubeante forma que abarcaba tus predios
la insólita venganza de un relámpago casual
los vestigios de los pechos exigentes y duros.
No me importa que me arrojen lianas a los pétreos
ojos, ni los bocas ausenten su fatalidad de hormigón,
bajo los llantas de los coches, se pudren los niños
que supieron de tierra y vertederos antes que de asfalto.
No me arrebatarán las noches transformadas en aposentos
los escombros felices de una infancia traumática, ni los recios
soportales donde aullaba a la luna con rumor de plenilunio
en el espejo roto de las salas.
Haré un ramillete de ojeras con las faldas de los restaurantes
vacíos, quemando depósitos de arena en los rectángulos de las plazas,
y en su misma muerte, en su mismo deceso, un cromado llanto
de azul y cielo, fustigará mis labios por decreto.
Seré una escoba discreta y moriré bajo la encina.
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