PRIMERA NEGOCIACIÓN
Soy del sindicato unido de perdedores.
Vengo en representación de los que perdimos
la vergüenza
en algún inodoro público
y desde entonces,
no paramos hasta quedarnos con lo puesto,
con el anverso vacío del corazón,
con una garganta de feria que se arruga de miedo
cuando tiene que cantar
esa enorme verdad
que es la verdad sin atavíos.
Tengo la misión de hacer un trato
con el Partido Nacional Capitalista
que son ustedes,
con el Ejército Capitalista Único,
que son ustedes,
con la Iglesia Católica Universal,
que también son ustedes,
y si me falta algún organismo,
considérese incluido a mi negociación.
El trato es “¡No más!”
Vamos a seguir perdiendo,
de eso no se preocupen,
pero no más sin una buena razón,
o mejor aún, sin el debido reconocimiento
del Estado competente
que son ustedes, lógicamente.
Por ejemplo: yo sé que la justicia
es cosa de ustedes
y que la brillante eficiencia administrativa
ejerce en ustedes una mágica velocidad
capaz de romper
hasta el candado más duro
de la boca del funcionario.
Yo sé que a nosotros toca la espera
y la muerte en las filas
y los formularios.
Yo sé que no hemos juntado
demasiadas firmas para derrocar
las murallas del hambre,
o quitar las alambradas del odio internacional.
Yo sé que no pudimos hacer ningún peso
en la larga cuenta de los especuladores.
Bueno, eso porque somos auténticos perdedores.
Mis camaradas, idealistas en su mayoría,
me han pedido que me atreviera con un insulto,
aunque fuera uno de señoritas.
Yo no voy a hacer eso.
¡Imagínense que los insultara!
¿Dónde iría a parar todo esto?
Entraríamos a pelear y la pelea es de los héroes,
de los revolucionarios,
no de los perdedores.