He encontrado en el periódico
que son tres los suicidados
pero nadie puede afirmar
si son ellos, nadie puede asegurar
que me he equivocado.
Apenas salgo a la calle,
aparecen seres con ojos cerrados,
cual rama de arbusto, la mano
sostiene la frente.
No hay equívoco, el hecho se repite
con la precisión del cordero
que escapa de la yerba
que lo puede matar.
En la gélida caja de escalera.
escucho el ulular del viento
golpes de granizo, idiomas raros.
Tres hombres enroscan varillas
para que vibre la catedral del espanto.
Me he prohibido preguntar
a extranjeros por el mal
y tiro el cigarrillo
pero nada explota, nada se quema
nada espanta a estos visitantes.
Voy a contar lo oído, la herrumbre,
sobre el hierro caliente,
el número en el antebrazo,
el embrión fatal,
me ha preñado
una amapola de Tokio
que repite en sordina
lo que han dicho:
tengo en mí todas las lenguas