Salí una mañana, al alba,
bajo un cielo raso, azul,
con un frío que pelaba,
llevado de la inquietud
por encontrar una calma,
que no hallaba, porque tú
me dolías en el alma,
tan a oscuras, sin tu luz,
y tu ausencia, en mi balanza,
pesaba; por experiencia,
sé el peso de la añoranza,
cuando brillas por tu ausencia,
y así, de par de mañana,
salí a pasear al campo,
sin rumbo ni mucha gana;
soplaba de tanto en tanto
una brisa que te helaba,
y mecía el titilante
rocío que me mostraba
su carita más brillante;
el sol de la madrugada
me bañaba en tibia luz,
que mi cara iluminaba
y, al mismo tiempo, en virtud
de esa agradable caricia,
en mi alma consuelo hallaba;
ya el colmo de mi delicia
era que, cuando cerraba,
los ojos por tanta luz,
que mi retina asediaba,
sentía yo que eras tú
la que así me acariciaba.
Sentado luego en el suelo,
por tanta emoción, lloré,
necesitaba consuelo
y en el llanto lo encontré.
© Xabier Abando 08/03/2022