Piensan que me frena el temblorcillo,
la bondad, la instrucción,
la tontería de herir,
pero es el vaho,
tanta mierda en la contienda desalienta.
He abandonado el pie,
me impedía balancear
en el jardín de casa.
He asesinado el tobillo,
maté al dedo, la oreja,
el diente adolorido,
destrocé la célula madre,
y aún el circuito marcha,
cojea, se afloja, centellea,
pero resiste.
Necesito más dolencias
muchísima más rabia.
Aunque atrape coleópteros,
ninguno posee la luz de la luciérnaga,
y en la ciudad no encuentro
el camino de sangre.
Del precipicio celeste
saltan mis hostigadores,
-si abro la boca caen
cientos aprietan las riendas
cuando estoy tendida en el fango.
Entre hojas secas y sueltas
soy la ahorcadita semejante al papiro
que arrastra el zapato.
del cuaderno - El centeno que corta el aire, Betania, 2013