¡No debo escribirle, no debo llamarle, no debo dejar que sepa de mi existencia!
Tengo ojeras que marcan mis venas, un color encima de otro, más mis ojos parecen estar cansados, el párpado cuelga intolerante, fastidiado, sin esperanza.
Tengo semanas que parecen un día y vivo los días con dolores de semanas atrás.
Me mudé, cambié de vecindario; antes no hablaba con nadie, pero las flores me molestaban, me irritaba el parque, los niños, las palomas, los autos, el césped, todo lo que me inspiraba a vivir, lo que frecuentaba con... No vale la pena recordarle.
Ahora en esta pocilga me mantiene cautivo las grietas del techo, existen toda clase de bichos que vienen y van, uno más grandes que otros y viven todos juntos, tienen mejores elecciones, como la casa del vecino, con calentador y migajas de queso de la mejor clase en el mesón, pero ellos siguen aquí, juntos.
Tal vez, los une la misma causa, la atrocidad de equivocarse, y no querer escribirle, no disponer de una llamada, borrar del mapa la existencia de algo sumamente doloroso.
Comenzó a llover y los bichos han salido a saludarme, traeré un poco de pan y mucho vino, siempre hay lugar para celebrar la gracia de los desgraciados. ¡A su salud!