Suda esta oscuridad en las sienes
como la piel de un muerto cuando lo creman,
a veces mi cuerpo se va y se pierde
por un cementerio sin tierra,
siempre en la misma corriente
de una deriva sin cuerda.
No encuentro un rayo que alimente
esta tempestad hambrienta,
no encuentro nubes que sujeten
esta lluvia que me aprieta,
como los presos que sienten
en el tuétano de las rejas
una libertad que muerden
como desesperadas fieras.
Mis manos arremeten contra el mármol
como dos feroces dientes,
quieren liberar de su letargo
la esclava voz de lo ausente,
encadenada al silencio,
que en la garganta crece.
Voy a ese cuarto donde se entra desnudo,
sin tiempo, sin gente, sin nada,
sin cuerpo, sin vida, sin mi absurdo,
allí donde se guarda para el futuro
la herencia de las lágrimas,
allí donde el dolor se vuelve etéreo,
y se lleva en su vuelo el alma.