COMBATO TODOS LOS INCENDIOS Y NO APAGO MI CORAZÓN
¿Qué clase de tonto soy, Señor,
si apago todos los incendios
y no apago mi corazón?
Muy temprano, con pie ruidoso andan
y llegan a mí
las quejas de una parte del mundo,
los olores frescos,
las mareas crecidas,
lo bueno y generalmente malo
de las oficinas, de los hospitales,
la ira iracunda
del climaterio
de las nuevas viejas,
de las nuevas Furias,
y yo, recién en pie,
con el desayuno
dando vuelta todavía en el píloro
y la lengua negra de café,
hágome manso consejero,
apacentador de fieras.
Salen llenas las vacías esperanzas
de los viejos bebedores
de alcohol
que llegan a galope a mi puerta
entonando borrachos mi nombre.
Atrás, otros les siguen el paso,
atajándome
antes de que vaya por el diario,
incluso antes de que saque al perro
a regar las flores del patio.
Todos logran importarme.
Todos me traen su chispa,
su ardor, su fuego…
Entonces la ciudad arde por todas partes.
Son muchos los incendios levantados
en las voces humanas que me visitan,
cada cual más alto
y ardiente
y destructivo,
cada cual más voraz y urgente,
cada cual más formidable, más triste,
más indiferente…
Arde también mi corazón,
pero este no se atreve a decírmelo.
Mi pobre corazón…