Siempre estábamos soñando
en tu mundo que pintabas de acuarelas.
Hablábamos del arte,
de la vida,
en un idioma que era nuestro,
solas en la cálida noche
de alguna cafetería
habitando el atardecer permanente
que era siempre tu sonrisa.
Si tan solo pudiera volver
a tocar tu recuerdo...
A penas puedo ya rozar la imagen
de tu piel suave de marfil
-que yo nunca llegué a
acariciar-,
salpicada de estrellas castañas
o aquella asimetría de tus labios...
tus ojos negros de amatista
y tu pelo de nebulosa,
haciéndole cosquillas a mis versos
desde algún lugar suspendido
ya en el tiempo y el espacio,
ahora están hechos de agua
que se evapora como el vaho de la ventana
en este paisaje gris de invierno.