EL NEGOCIO DE LAS RESIDENCIAS
Nos han dicho que, al señor que ha venido,
con brillante maletín y corbata,
no hay que recibirle en alpargata,
ni en bata, sino ir bien vestido.
Revisó lo que habíamos comido;
a la auxiliar la llamaba «azafata»;
y enfermeras buscó, bajo una mata,
por si, allí, una se hubiera escondido.
Comprobó la existencia de dos camas
y aconsejó tres, en cada habitación;
además, que se aguantase las ganas
quien, en la noche, tuviera un apretón,
e insaciables bestias inhumanas
revoloteaban en su cabezón.
Cabezón, seguidor del «Protocolo»
que cambió los anteriores «Triajes»
para ocultar los recortes salvajes,
perpetrados con auténtico dolo,
al dar los fondos, con gran despendolo,
a constructores y otros personajes
corruptos–a cambio de porcentajes–,
lo que es muy español, y mucho españolo.
Y se trucó esa clasificación,
antes basada en riesgo y gravedad,
poniendo, ahora, la edad como listón
que aislara a longevos en soledad,
Y los buitres, sobre (esa/ese) ladrón,
olfateaban su muerte y su maldad.