Para hablar de marginalidad en Latinoamérica debemos comenzar por estudiar la historia del contexto de cómo surgieron los países latinoamericanos. Las potencias imperiales sencillamente se dividieron los territorios de América. El tratado de Tordesillas fue en mi concepto un intento de Portugal de obtener algún beneficio de tierras en el nuevo continente, por ende, firmó un tratado con España para que todo territorio al este de un meridiano determinado era para el reino de Portugal y los situados más allá del mismo, eran españoles. Es por eso que gran parte de Brasil fue colonizado por Portugueses y dejaron como una de sus herencias, el idioma. Todos los demás territorios fueron colonizados por españoles a excepción de Norteamérica que fue colonizada POR ingleses y franceses.
Pues bien, las potencias imperiales trajeron en barcos llamados Negreros, pueblos provenientes de Africa para esclavizarlos y ponerlos a trabajar para ellos, ya eso es marginalidad. Al irse independizando los países del imperio español, no quedaron estructuras firmes para sostener sus débiles democracias y poco a poco la gran mayoría sucumbieron. Se dieron repetidas dictaduras que empobrecían aún más al pueblo y fueron creando profundas diferencias entre los ricos y los pobres, entre los acomodados y los marginados.
El poder se concentra en los pocos y también las riquezas, todos los demás no recibían más que migajas del trabajo que realizaban y se fueron formado bolsones de pobreza.
La pobreza tiene distintas aristas, hay pobreza multidimensional y sobre esta última recae la mayoría de los marginados.
La razón es sencilla. Primero, reciben menos educación, una educación deficiente o nula, Segundo, los medios de subsistencia no están a su alcance o sea el dinero. Ausencia de trabajo bien remunerado, despojo de tierras, trabajo infantil, prostitución, delitos de distintas naturalezas, pero esto ultimo no necesariamente lo cometen los marginados, también en clases privilegiadas lo que sucede es que se imita los malos ejemplos para obtener dinero rápido y fácil, formándose un circulo vicioso. Un pueblo sin cultura y sin educación esta más propenso a la marginalidad. Por otra parte los malos gobiernos de distintos países con el robo y la corrupción han endeudado con las IFIS a los países lo que impide en cierta medida las ayudas sociales, aumentando así las personas en situación de pobreza o pobreza extrema. Esta ultima se observa más en áreas rurales y comarcales, muchas de ellas no tienen acueductos, luz eléctrica ni otras facilidades como escuelas que puedan instruir a sus habitantes para prepararlos y obtener una vida mejor. Sencillamente no son tomados en cuenta más que como votantes en elecciones partidistas.
La ayuda que reciben es mediática, no son soluciones, sino paliativos para obtener algún beneficio de esas poblaciones.
En la ciudad hay pocos puestos de trabajo y bajos salarios que impiden cubrir con necesidades básicas, para obtener un buen trabajo, hay que estudiar y tener títulos de lo contrario no obtienes un trabajo y caes en el comercio de calle, en el comercio al pormenor, en los vicios y las situaciones ilegales para poder sobrevivir.
En teoría El vocablo marginalidad se caracteriza por ser ambiguo y polisémico (Cingolani, 2009). Sin embargo, y más allá de su uso coloquial, hacia la década del 60 el término marginalidad comienza a ser utilizado en América Latina como un concepto dentro de las ciencias sociales para dar cuenta de los efectos heterogéneos y desiguales de los procesos de industrialización y desarrollo.
Este concepto emerge en un período caracterizado por un cambio de paradigma dentro de las ciencias sociales de la región. Hacia la década del 60 se incrementa el convencimiento de que el desfase con los países centrales no podría cubrirse mediante políticas de desarrollo, ya que ese crecimiento estaba trabado por razones estructurales tanto internas como externas que debían ser removidas, dando lugar –así– a un clivaje desde la teoría de la modernización a la teoría de la dependencia. Consecuentemente, la emergente “teoría de la marginalidad” se construye en el campo de disputa de estos dos paradigmas en conflicto.
El surgimiento de la noción en América Latina comportó una impronta territorial y una perspectiva relacional. Así, en sus inicios se llamó marginales a los asentamientos urbanos periféricos que comenzaron a extenderse en América Latina en la década del 30 y que adqui- rieron considerable magnitud a partir de la década del 50, y al tipo de vivienda existente en esos asentamientos. Lo periférico o marginal se definía en relación con un centro urbano y era respecto a las condiciones habitacionales medias existentes en ese centro como se juzgaban las carencias.
Desde la perspectiva de Cingolani (2009) posteriormente, y según un efecto de metonimia, se identificó la marginalidad con poblaciones que vivían en zonas pobres y periféricas, descuidando el hecho de que pobreza y degradación urbana no se encontraban siempre localizadas en el exterior de las ciudades, en sus suburbios, sino también algunas veces en sus centros históricos. En virtud de este efecto de metonimia, que substituyó la población al espacio que ocupaba, la marginalidad perdió su sentido topográfico inicial.
En términos generales, para esta tradición de pensamiento las sociedades “subdesarrolladas” se caracterizan por la coexistencia de un sector moderno y otro tradicional. La característica central de este último sector es constituir un sector marginal aún no integrado al sector moderno, vale decir, a la propia sociedad. La marginalidad emerge en el proceso de transición hacia la sociedad moderna e industrial y es el producto de la coexistencia de valores, actitudes y conductas pertenecientes a la etapa anterior, es decir a la etapa tradicional. En este sentido, son las prácticas económicas, sociales y culturales “tradicionales”, y la falta de integración a las instituciones y a los valores modernos los que permiten definir al sujeto “marginal”.
Así definido, el fenómeno de la marginalidad constituye un fenómeno multidimensional o pluridimensional; puede hablarse de distin- tas dimensiones o formas de marginalidad –económica de producción o consumo, política, cultural, educacional, etc. y hasta de distintas intensidades o grados dentro de la misma forma. Esta concepción de multidimensionalidad le permite a Germani (1980) hablar de un perfil de marginalidad para individuos y grupos, entendiéndose con ello la configuración específica que los caracteriza en cuanto tipos y grados de participación que efectivamente ejercen, en relación con los tipos y grados que les corresponden, según el modelo ideal asumido en cada caso por cada grupo y/o categoría o sector de la sociedad.
JUSTO ALDÚ
Panameño
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