Observo el temblor
de esa vela, y mientras
medito.
Gaston Bachelard.
A oscuras.
Apagón general.
Los plomos han saltado
el abismo de las facturas.
El líquido elemento cesa,
el montante bancario quiebra,
la capacidad de luz se corta.
Busco resignado
un cabo de vela —ese último
que apagué ese día—, le acerco
una leve llama de mechero
y prende, y aprendo...
La mecha se amiga con el fuego
y se prometen amor fugaz.
Miro con detenimiento el oscilar
de esa expresión rojiza
que se prolonga hacia arriba y quema.
Trato de leer como leían los augures
en el remoto de los tiempos
y trato de barruntar las incógnitas
de mi futuro más próximo.
Quiero pensar que el vaivén oscilante
de la llama anuncia buenos tiempos
—pero sé que querer y ser distan—,
y cabalgando ese pensamiento sueño,
y soñando construyo con barro una quimera,
y construyendo voy deconstruyendo,
y esa quimera primera se convierte
en una asíntota que roza sin tocar
el mejor de los mundos posibles,
y mejorando los mundos voy cayendo,
los ojos se me cierran cual persianas
de barrio, panaderías sin pan,
loteros que nunca dan el premio
y dicen que es el último para hoy...
A oscuras.
Leyendo la idea de una llama
y hallando entre medias el sentido
que tanto y tanto buscaba.
Cuando rozaba la entraña
de esta expedición al centro
vino la luz. No entiendo nada.
¿Quién pudo en mi lugar pagar
el recibo?¿Alguien corpóreo o incorpóreo?