Markku Leottinsson

Dios es los calabozos

Nunca me sentí tan cerca, ni tan lejos
en esta escalera de esmeralda que siempre busqué
parecida a un infinito juego de espejos
donde las sombras van aplastando la cabeza de Yahveh

 

Confinado en voluntaria soledad
en el más oscuro de los viejos palacios sin ventanas
ceguera y silencio, donde habita esa deidad
como habitó el maldito, entre montañas rumanas

 

Es insano jamás ver al observador
es una maldad que trasciende todos los días y eras
tiene los ojos que se adjudica el inquisidor
la brutalidad de aquel que puede juzgar sin fronteras

 

No hay cercanía, caricia, ni beso
sólo hay distancia, la de aquel universo nocturno
inmensa, esa es la estructura, es el gran peso
que descansa sobre los inflexibles hombros del demiurgo

 

Un castillo de piedras y de sollozos
que, sobre la roca inmensa de la necedad, descansa
de este palacio oscuro, Dios es los calabozos
al que acudir, para atormentar, cuando hace falta