I.
Quizás fue la clarividencia de tus manos
pasando páginas a la vida
en la endeble arquitectura del tránsito
de mis desordenados días.
Quizás porque no hubiera entre nosotros
más antagonismo ni otra identidad
que poner fecha a las heridas.
Entonces nos volvíamos hacia ese mar
de pies mojados en la orilla
que tanto empeño manifestaba en separarnos.
Y ese mar calla y aguarda,
y nosotros esperamos que se levante el viento,
en tanto una crepuscular luz
se debate en el corazón de cada hoguera.
II.
Ahora que tus besos se me hacen más lejanos
y que se me llenan de afueras los adentros,
guardo el sabor de aquel primer beso
dejándome embriagar por el dulce vino del recuerdo.
Un beso que suavemente de nuevo se llegó
para dormírseme en los labios,
para aunar la ceguera con el silencio
y tu ausencia con mi lejanía.
III.
Cuando se ama, la espera es una noche interminable,
el diluvio y su marea, ese confín remoto
que se halla entre las nieblas del mañana.
Y pienso en ti, en tus ojos que osbservarán
la misma noche que ahora cae cegada a mis pies.
En su desnudo adiós de blancas manos,
las palabras son memoria intacta,
enjambres de vientos adentrándose en el mar.
Cuando se ama, solo el amor sabe
del fuego del que nacen las estrellas.