He dejado de pronto
de escribir mis versos
con las gotas de sal
que emanan del alma
y que se cuelan, esquivas
por las hendijas que claman.
He dejado de buscar en la noche
insomnios que despunten mañanas
en medio de ceniceros llenos
y de cafés con fantasmas.
He dejado de seguir las huellas
en las alfombras marcadas,
holladas de pies descalzos
que conducen a la nada,
como una senda en el bosque
que pronto termina truncada.
He dejado de mirar estrellas,
de conceder deseos cansadas;
fugaces como los años
que avejentan la piel, las ganas
y que se vuelven mochilas,
por las piedras de la vida, cargadas.
He dejado de soñar despierto,
de asistir donde antaño frecuentaba,
de hacer otoños en abriles
y primaveras en mi almohada;
he dejado de ser quien era,
más no he podido
dejar de amarla...
-. PaR
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15032022