Vivir no es necesario,
navegar sí.
—Dice un tal Pessoa
del general Pompeyo—
Vivir o navegar.
Vivir sin navegar,
sin rumbo ni concierto.
Vivir es dejarse llevar,
no mirar atrás si duele,
dejar que las aguas
que hacen blanca estela
decidan rumbos y bitácoras,
velas y amarras, tempestades,
añoranzas, abordajes, aguadas,
dejar que sus ondas, sus vientos
inmersos en la química de sus átomos
marquen el destino, sean designio
y firmen sentencias; dejarse llevar
por la caprichosa meteorología
de la circunstancia.
Vivir o no vivir, no sé si es la cuestión.
Vivir no es solo sentir que hay luz,
no es solo alimentarse y hablar,
reír, llorar y lamentarse de ser.
Vivir es dejar que tu viento
tiemble sobre un velamen quieto.
Es mirar hacia dentro
arrancándose la piel
hasta comprender
el misterio que aguarda
en su seno, navegar sería...
Navegar sería levantarse temprano,
disponer aparejos,
cargar al hombro el maderamen
que comprende el navío
y echarlo a la mar, y que la mar quiera...
Sería coger viento, acogerlo lleno,
ahuecar el lino de la vela y hacerla amiga.
Dejad que una vez avenidos,
viento y vela marquen el compás
de un cancán enloquecido
hasta que armadura, arbolado y cuerdas
sean amasijo para los buitres,
sea estercolero de sentinas,
sea historia sin anales, olvido.
Vivir sí, y navegar sí —de hecho navego
todos los días en este mar inexistente
que nos tiene tomada la vida.