Las noches pasan lentas cuando hay pesadillas
y son muy cortas cuando se presentan sueños:
son los caprichos crueles de la dulce vida
que nos atormentan dormidos o despiertos.
Se ven sombras en la habitación
y disfraces a la Luz del alba
unas se asemejan a demonios,
las otras copian la faz humana.
El niño asustado busca al padre
tembloroso y con su voz quebrada.
El padre le dice que no hay nada,
que los héroes no son cobardes
y lo acuesta de vuelta en la cama.
Al cabo de media hora una risa
malévola se oyó entre las sábanas
cortando su habla y también las ganas
de salir corriendo a toda prisa.
La madre con su fina intuición
presintió que algo no andaba bien
así que subió a la habitación
para ver qué pasaba con él.
No alcanzó a subir media escalera
cuando escuchó los gritos de su hijo.
Abrió la puerta, la luna llena
se asomaba como fiel testigo
entre la persiana de madera.
La madre encendió sin más la luz
y lo apretó bien fuerte a su pecho
acto seguido se hizo la Cruz
y comenzó a orar el Padre Nuestro.
La noche fue eterna para el niño
que desde entonces la pasa en vela,
porque su amada madre ha partido
y aquella risa aún lo despierta.
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