La tuve en mis brazos por breves instantes
y pude sentirla vibrar de emoción;
y vi que sus ojos, con luces brillantes,
decían... ¡te quiero con loca pasión!
La tuve en mis brazos, sintiendo el jadeo
que brota del alma con sed de placer;
y ardiendo en delirios, flotaba el deseo
queriendo con ansias mis besos beber.
Soñando en su lecho, mis versos volaban
igual que gaviotas que cruzan el mar;
sus labios tan rojos los míos besaban
con una ternura divina y sin par.
Tenían sus formas el don tan sagrado,
que tienen las hostias en la eucaristía;
haciendo promesas de un cielo estrellado
bordado en el lienzo de mórbida orgía.
Amante perfecta, de piel tan sedosa,
me daba las horas mas dulces de amor;
su rostro tenía la luz mas hermosa
tan llena de brillo de raro esplendor.
Su voz parecía la nota de un canto,
que surge en las cuerdas de mística lira;
y fue de mis noches la flor de agapanto
trayendo el perfume que amor nos inspira.
Su bella sonrisa quitaba el hastío
brindando sus dones en regio tropel;
y llena de euforia, con gran desvarío,
sus senos turgentes me daban su miel.
Por eso en las noches, nostalgia me embiste
pensando en las horas de gloria sin fin;
y mi alma se queda tan sola y tan triste
soñando en la amante que fue mi arlequín.
¡Y todos los días, al ver los ocasos
recuerdo su imagen de grácil vestal;
y pienso en mi anhelo, que escucho sus pasos
viniendo a mi estancia con aura triunfal!
Autor: Aníbal Rodríguez.