Me topé con sus ojos una tarde de viernes
Ausentes de lágrimas, su llanto incesante
Solo había reflejo de miedo, tristeza, vacío
Desvalida y abandonada a su suerte
Acompañada de aquel ángel de la guarda
Que hacía de su boca, sus manos, sus pies
Al tiempo que su cuerpo de mujer se desangraba
Se derramaban también sus esperanzas
Aquello que portaba ingente en sus entrañas
Nunca llegará a conocer la luz del sol
Se estrelló su juventud de veintitrés años
Al pisar la tierra del maná prometida
Su apellido impronunciable, su nombre Natalia