Cuando el alma se libera,
echa las maldades fuera.
El águila carroñera
miraba fija un conejo
y aquel sol con su reflejo
le producía ceguera.
Pero, seguía a la espera,
de aquel preciso momento
con alas puestas al viento
para atacar a su presa
con una sutil sorpresa
sin el menor aspaviento.
Siga leyendo este cuento
y póngale sentimiento.
Y aquel conejo brincaba,
en medio de la maleza;
a veces, con su cabeza,
señal daba que miraba.
Pero el águila ya estaba
segura para cazarlo
más no quería espantarlo
sabiendo, que si lo hacía,
su comida perdería
al no poder atraparlo.
Y no pretendo asustarlo,
solo quiero prepararlo.
Pero el conejo corría
directo a su madriguera;
y el águila, carroñera,
fijamente lo veía.
La garra se le salía
mostrando sus ansiedades
con todas sus facultades
obtenidas por instinto
porque no será distinto
cuando ataque sin piedades.
Y estas no son falsedades,
ya saldrán también verdades.
Pero era tal la odisea
corriendo hacia su guarida
que una serpiente atrevida
larga, gruesa, tosca y fea,
que el veneno no bambea,
también quería atraparlo
deseosa de tragarlo.
Pero el salto del conejo,
en el hábitat complejo
pudo al fin también salvarlo.
Y cuento el cuento al contarlo;
ojalá, pueda lograrlo.
Y aquel águila silente
volaba sobre el verdejo
viendo siempre aquel conejo
y también a la serpiente.
Pero una hiena, de repente,
tapaba la madriguera.
También estaba a la espera,
de atrapar al conejillo
con mortífero colmillo
que es el arma de una fiera.
La enseñanza es muy certera:
¿Quién leer final quisiera?
Y aquel conejo indefenso
finalmente fue cazado
por la fiera destrozado
sufriendo dolor intenso.
Y ahora, sereno, pienso:
¿Acaso el pobre no enfrenta
lo que en versos se comenta
y sufriendo abandonados,
van viviendo desdichados
muriendo en guerra sangrienta?
¿Quién quiere muerte violenta?
¡Muere el pobre en guerra cruenta!