Incesante hoja de pluma,
al vuelo, mayor dentellada
de abismos sin consuelo,
decirte, la voz implora,
sueño desnudo, azucena
desvelada, cartón de las opacas
prohibiciones: tu ser impregnado
de estrictas alianzas.
Vamos, convierte en oro
lo que tocas, dinamita los puentes
en su crepusculado suicidio,
y agota las reservas de un incendio
secundario: vuelve a pedirme, ladrón
de monedas!.
Toco el sarmiento
la voz enhiesta, el opaco
resplandor de lo efímero,
la petulancia de lo estricto
y financiero: me llaman,
desde lo alto, lo altivo,
monederos oscilantes,
veladas realidades, transmisiones
de la correa negra.
Yo lloro sus flores, su acabada
anatomía, el cuerpo visceral
que huye de lamentaciones apócrifas.
Mi cuerpo levantará acta
de las noches casquivanas.
Mi sincero cenicero,
la ceniza de un espejo,
sobre ti volcada, los rayos
del sol, sobre ti volcados,
mi sincero paraguas, más
volátil en su incendio de palmeras:
controlas el desdén desde sus inicios,
y provocas la consumación
manos al viento, ópera en bancarrota.
Debo llevarte en vuelo pluma,
debo conquistar palacios enemigos,
depositar tu hastío sobre el cráneo vencido:
buscar los órdenes derrotados.
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