I
Ya sabéis todo de mí, puedo irme.
Noche, noche día, al dormir,
al despertar dolencias,
la rodilla no soporta más arrastrar el cuerpo
y Aans intacto pesa lastre, pesa miserias,
úlcera al crecer, rampa y estropea
el codo con que repto,
ahí, ahí, intacto.
Es Semana Santa procesiones lejanas,
en este barrio edificios idénticos cortan el gris.
Martes, miércoles, jueves santo,
hoy es viernes y me chupo el hueso de la mano.
Una voz murmura: tú me sabes, a ti será dado,
cercana a la locura
sabéis todo de mí, puedo irme a
descansar negligée.
La tierra prometida
en el puente de su pie.
II
He regresado a la ciudad
donde termina el mundo,
puentes sobre la desembocadura de la Sena,
crematorios humeantes,
montañas de petróleo,
fachadas de cemento bruto,
el despiadado Mar de la Mancha
barre callejuelas ahuecadas,
la roca donde el mar taladra
en sordina arrebata a las gaviotas
que chillan en mi ventana
y amenazan con comerse el cristal.
Aans entre mis cejas talla
un desgarrón en la geometría de la ola.
Mi brazo se une a la gaviota, asciende
-ojo inmóvil en el triángulo-
queda el malva por ajustar a un azul
perdido en negros de constante vandalismo.
Entro a ese espacio rarísimo
donde no puedo contar
el daño se agolpa, desenfrena
la resonancia del ojo
que te mira, te cambia,
mientras insisto
en no perder tierra.
III
Ya sabéis todo de mí,
ahora estoy en otro lugar.
Mi lado tierno se inclina
al majestuoso arrecife
moldeado por la brisa,
-no puedo tocar piedra
como un espantapájaros de paja
encuentro el horizonte terno.
Engorrosa gata que forja opinión
sobre el riesgo de saltar al agua.
Demuele la certeza: no lo hará,
no haré nada.
Mi vecino con sonrisa altanera distingue
un velero de un carguero de un crucero,
sin jamás salir del puerto niega
que se pudre la muchacha
-probablemente sea demasiado
tarde si la quiere conquistar-
cree que recorro una isla cuando lleno hojas,
-mucho volumen avista-
desde la ventana
parezco amputada de la mano,
lentísima, un buzo que rescata monedas.
Da igual, si el faro desaparece
cuando cae un suicida.
Jamás escampa en esta ciudad, dice mi vecino
cuando vuelvo al mar.
IV
Señas de la desgracia que se avecina, mis ojeras.
No puedo leer el periódico:
subversivas dualidades
boxean el aire en la mesa
reconstituida, parece barata, pero es
aquí donde transpiro monosílabos,
arqueada rompo mil novecientas fotos.
He descubierto gasas amarillas,
empercuden las crayolas.
Son cincuenta, cenquante años
de oscuridad en el pasillo
tanteo, tanteo en sierva
almaceno premoniciones.
Es pura la cocaína,
en la cacerola del hombre famélico
a quien no dije adiós.
En el retrete de cristal constato
quién desahoga al descubierto,
quién se lava las manos frente a mí
muñeca de ojillos finos afirma,
como en la película,
que habrá un final
inesperado y bueno.
La rosa rota, la rosa kitsch
seca en el vaso de agua.
del cuaderno Maldicionario, Editions Hoy no he visto el paraíso, 2009