Alberto Escobar

Esa lluvia...

 

Acuarela de lluvia

 

 

 

 

 

 

 

La lluvia apenas había sido.
Un rastro de luz salió,
se hizo fuerte sobre las gotas,
hizo el amor para deshacerse
en un largo espectro cual abanico.
Surgía de entre sus colores
el rojo, el verde y el amarillo,
que recibían en amistad profunda
la gama de azules y violáceos
hasta amontonar una eterna miscelánea,
un cuadro por impresionista impresionante
que quedó cual lienzo en el charco.
No pude por menos que quedarme mirando,
el embeleso repletó hasta el tuétano
la ausente mirada de un mirar helado
y el agua del charco, agradecida, 
me contestó dándome con sus manos
su cuadro, el cual conservo, colgado, 
en mi cuarto, enmarcado de mimbre
y por sostén sobre pared un clavo
que alcayata dice llamarse, y yo lo llamo vibrando. 
Una lluvia que apenas había sido.
Una acuarela, una luz recóndita, un agua,
una magia que sale, un regalo del cielo,
un agrado, una nota de color que alegra el día,
una pizca de sal que del mar he robado...
Esa lluvia, grabada a fuego, ese cuadro
pintado por la casualidad de una nube
que se aviene con el quizás del acaso. 
Cualquiera, ser cualquiera frente a la grandeza
del Universo; eso es lo que me reconforta,
eso, ser secundario, ser nada, frente al predominio
incontestable de una madre que reclama sus fueros
y que observa como estos son arrebatados
sin juez ni parte, sin una migaja de sentido,
sin una brizna de tiento, de miedo y de recato
—porque si ella se enfada, que tiemblen Troya,
y todo sus estrados.