LA LETRA
Por años ha pesado la letra en las páginas
de los libros
y en las paredes de las ciudades
y en las cartas de amor
y desahucio y olvido.
Por años la letra asumiría su posición
liberal y convergido
con la arquitectura vulgar
de los caligramas.
Sería también motivo de los más célebres discursos
y materia
de las más retorcidas infamias.
Sin embargo,
no ha querido demoler un edificio tal
como lo es
el de su propia caligrafía
y tiembla de pavor si por error
un descuido la reemplaza.
Se la ha visto conjurada con los escritores
y en secreta disidencia
con los cuasi analfabetos.
En conclusión, no es mucho
lo que la letra ha hecho por nosotros.
Su alma de número emerge, de pronto,
ante la urgencia de registrar
la vaga mueblería
que ha ganado para nosotros.
Todo en ella es ausencia y significado.
Incluso estas palabras mías
ya son una llana ausencia
y un ordinario significado.
Yo me pregunto entonces
por el lenguaje sucinto
de las criaturas iletradas y bárbaras,
y cómo la letra, hija del prejuicio,
no quiso nada con ellas.
¿Cómo volver a pronunciar
el sagrado nombre
de las cosas ignoradas?
¿Cómo deshacernos de su signo
y alejarnos de su estrella?