Me están visitando los pies erguidos
la anunciación virginal de la carne atropellada.
Me están columpiando los sastres el viejo atuendo
de los domingos, las perneras me vienen grandes.
Sus atrofiados rincones imperceptibles, sus quiebros
de ave vomitando tumbas: son los huesos del hambre,
del porcino hambre que enumera sus víctimas con desasosiego.
Me están aumentando las salivas los dioses gloriosos
del día, su vestimenta recalca mi solicitud y misericordia.
Vienen a por mí cuatro ángeles y recibís bancarios,
dos lunas, y un gitano que se pasea.
Vienen por mí situaciones y regresos, hombros circunspectos
razones por las que vivir; son deidades atentas, cuerpos
embarrados, cielos que despejan un humo de sepultura.
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