Rafael Parra Barrios

La aurora de la libertad

 

Solo sé, que si tengo un sueño pletórico de fe, podré darle sentido a la vida y a la  alborada de la historia que me inspira. 

Y si ese sueño me acompaña en las estaciones del año, tendré pinceles para colorear primaveras, veranos, otoños e inviernos, porque la vida es un óleo de motivos, instantes, interegnos y cambios, en cuyo devenir el hombre se ajusta y trasciende. 

Lleno de ilusiones ando, por eso honro el proyecto trazado, así surjan embates y episodios calamitosos, como aquel, que me sucedió, cuando caí en un algibe abandonado. 

Asi, recóndito y descalzo; y allí, lúgubre y trémulo, me tocó subir las paredes del estanque. Al salir y pisar el erial, sentí 
el inclemente sol que bronceaba mis lomos. 

Cabizbajo, con el corazón compungido, a la par, henchido de ganas, mi surrealista espíritu va y viene, tramitando ensueños, sin perder el rumbo. Las garras del régimen no desaniman ni extravían, actúo si, en la búsqueda del oasis perdido. 

En singular tejido social, la languidez del drama golpea y afecta lo más sagrado que tengo, el gregarismo filial, roto por la diáspora infrahumana, que proviene del desarraigo impuesto por la bota militar, aun asi, no se desvanecen los ideales, por el contrario, se agigantan. 

Continúo la travesía, sin perder la confianza y con la convicción de llegar a la meta y dar respuesta al entorno socio- político con mi obsesión vital. 

A veces, el final, como que llega. Se percibe el momento del último aliento; se piensa que la hora de la partida ha llegado; pero, no, es una enajenación inducida por el régimen, que miente  y fabrica falsos positivos. Aquí no sucede nada y todo está bien, aseguran, en contraste con la crítica situación que se padece. 

Es menester  persistir, franquear el debate y escudriñar el mundo, tanto interior, como exterior, y desde una  perspectiva humanista, ver en el horizonte los destellos que emanan de las luces de la aurora, anunciando el advenimiento de la libertad, instante bendito, que brilla para todos, a la sazón de la fe levantada,  obrada por héroes y heroínas de la sociedad y de la irrenunciable patria. 

Se puede escalar los más recónditos umbrales y las más inhóspitas  vertices, e instalar en su cuspide, el nuevo ideal
repúblicano. 

Vencida la barbarie, renace la civilización, proclamando la democracia como sistema político y forma justa de vida. 

Ya me siento más tranquilo, contento y entusiasmado, ya que el regazo de la esperanza soñada, fehaciente gloriar del pluralismo, reconquistado por la resistencia y la diversidad , está aquí, en la ciudad y en el campo, por indistintos espacios urbanos y rurales, que en su conjunto, forman la cartografía del país, donde se pinta lo que somos, la nación, la identidad nacional y la memoria colectiva. 

Todo sueño es factible si de ideales y prácticas está envuelto, porque el mañana es hoy para que sea cierto y tenga porvenir. Es verdad que el futuro no existe, pero si se planifica y se lleva a cabo, lo que se aspira, será lo que llega. 

Ver y vivir la aurora de la libertad en el país, comporta una metamorfosis permanente, que va, de pasar del individualismo a la solidaridad, de la sumisión a la participación, de la indiferencia al compromiso, del conformismo a la protesta, de la contemplación a la transformación, de la fe a la acción y de la visión local a la global, partiendo de alianzas estratégicas libertadoras. Es, a todas luces, el logro de una conciencia histórica nacional, que en  unidad, tolerancia, entendimiento y reconocimiento,  emprenda los avatares  imprescindibles que Venezuela reclama en su titánica lucha por el rescate de la libertad, la paz y la democracia.