Él...
El que cada mañana
al salir de casa
veía pasar y que me miraba
con ternura.
Él, el de ojos cafés
y mejillas regordetas
salpicadas de pecas.
Él, el que era el de los mandados
y al que sus padres no cuidaban mucho.
Ese, el pequeño con hoyuelos, de apenas un metro cincuenta y cinco.
Él.
A quién hacía unas horas
había escuchado por primera vez
decirme: \"Buenos días\"
(En nuestro último encuentro).
A él, quiero dedicar éstas letras,
paridas de mi alma herida.
A él, a quien la maldita mala fortuna
le arrebató la vida.
Al niño que me sonreía
sin decir nada y me alegraba el día.
A él, a quien lloro,
porque un desalmado lo arrolló.
Al niño de la mirada sonriente...
y andar inocente.
A él...
A quien aún hoy día extraño
y que seguro debe estar en el cielo...
Porque era un niño muy bueno.
A él... Le escribo desde el silencio.
Porque él me enseño que también
desde el silencio se puede decir mucho.
By Diana Janeth Reyes Diáz.
Publicado el 23/03/22
09:37pm
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