Estuve en un camposanto
acompañando a un amigo
intentando dar abrigo
que apaciguara su llanto.
Su madre, con su quebranto,
se marchó hasta el infinito
quedando el cielo marchito
nublado y muy borrascoso
y aquel amigo lloroso
con su corazón contrito.
Y eso me puso a pensar
en lo frágil de la vida
que viajando en estampida
va… ¡sin nunca regresar!
Y me puse a valorar
que el tiempo va inexorable
la muerte no es deseable
pero llegará algún día
aunque vea en lejanía
y es la verdad, innegable.
Figuraban muchos nombres
sobre unas lápidas blancas
con palabras, quizá, francas,
en difuntos con renombres.
Y no es para que te asombres,
porque no es esa la meta.
Y, bajo de una carpeta
traje también a memoria
remontándome a la historia
la muerte de un gran profeta.