Exhibiendo tranquilo su semblante,
disfrutó de un ocaso impresionante.
El calor de aquel mar lo seducía
lo llenaba, causándole alegría,
y la paz del ambiente lo envolvía
de manera conspicua cada día.
Muchos años llevaba el marinero
preparando sus redes con esmero,
esperando una pesca harto abundante
aunque nunca tenía garantía
a pesar de su esfuerzo tesonero.
De la vida un honesto pasajero,
ante retos jamás desfallecía,
su mirada enfocada en el levante,
sin pensar en quedarse prisionero,
de ningún pensamiento bandolero.
Su momento de triste melodía
lo cambió con atisbos de porfía.
Una tarde sentía que moría,
y partió con acordes de hidalguía,
su legado grandioso comprobante
de una vida por siempre edificante.