Mi yo taciturno me reprocha, no tenía palabras bonitas;
Mi torpeza, mi vacía cabeza, se volvía espuma,
Arruinaban las más preciosas líneas de mi pluma.
La pluma se agosta; sin gracia permanece erguida;
Fluye húmeda, se desangra como musa herida.
La hoja es fiel testigo de tan terrible agravio.
El papel trasciende atónito impuro manchado
Pero finge con amenidad yerto muy callado
Las lívidas hojas parecían infinitas…
De repente clamé al sugerente Dios;
Tal vez; El me enseñe a amar…
Desee un alma sincera de bondad amplia
Profundamente viva colmada del amor del altísimo
El Amor puro de mi Dios; grande, potente, vivo.
Estoy contento…
El me entregó su Amor.